La anestesia
afectiva del pueblo despertó, y salió a la calle a hacer oír sus demandas, a
manifestar su enojo, como
una respuesta ante tantas deficiencias y necesidades incumplidas.
El ruido de
las cacerolas es ensordecedor y tienen su significado. Son cacerolas vacías de
tanta impunidad, e indiferencia social. Sus golpes, sus ritos representan la
palabra del pueblo como manera de manifestar sus necesidades, de manifestar su bronca.
Las cacerolas
es el único método que posee la gente como defensa, donde faltos de esperanza,
intentan reunirse con el otro colectivo, sostenidos en el anhelo de un país
mejor.
La perversa
corrupción destruye a los argentinos en su punto más débil: la confianza, y cuando
un pueblo pierde la capacidad de crecimiento, llega el abandono y queda
atrapado en la desilusión.
Hoy en día,
la angustia, la tristeza, los ataques de pánico, la desesperación, se han
instalado como nuevos códigos ante la
barrera que levantan algunos; los que impiden la auto-realización del
ser humano.
La sociedad necesita un
cambio que signifique la devolución de libertades, y un oxígeno nuevo para seguir
viviendo en el futuro anhelado, y en contra de medidas -muchas veces
arbitrarias- que van en detrimento del
desarrollo normal de la sociedad.
El gobierno utiliza continuamente
el mecanismo de la negación, desconoce el escenario, al adversario. Es una
realidad que no quiere ver, la niega, porque al ser
tan narcisista y centrado en sí mismo, el dolor y la rabia que esas heridas de
la realidad le producen, son intolerables. Solo encuentra alivio negando lo que
todos ven. Es así como niegan el Indec, la inflación, los cacerolazos, los
asesinatos, la delincuencia, los jubilados, etc. simplemente lo postergan. Quieren mantener sus vidas en orden, sentir el omnipotente
control de todo, por lo que se resisten a ver realidades que podría resultar una
pérdida intolerable en su “Yo”.
La negación es un mecanismo
de defensa de auto preservación, que sólo posterga lo que, de todos modos, en algún
momento deberá afrontar.
El imaginario colectivo
siente que no solo le han robado sus derechos, sino sus sueños, sus deseos, la
desolación, el abandono, la vergüenza ante nuestros hijos. Pero lo que más
duele es que en esta fiesta sin fin, están dilapidando nuestro dinero para ser repartido
a los amigotes y socios del poder.
Por eso el pueblo ya no se
queda callado, está poniendo un límite, sale a la calle a hacerse oír y hoy más
que nunca está de pie.
Julia Álvarez Iguña